Phronesis 23 mayo, 2014 Artículos
Por: CARLOTA FOMINAYA – ABC.es
Con una buena base de pareja, lo que construyamos será sólido y si es necesario hacer modificaciones en el futuro, podremos realizarlas sin que tiemblen los cimientos de nuestra afectividad.
Pero para ello, tal y como explica la psicóloga Mila Cahue en su último libro, «Amor del bueno», es necesario tener muy claras tres pautas básicas para entender la efectividad. «Son muy obvias, pero demasiado a menudo nosotros nos encontramos en consulta con personas que las obvían. Una pasa por entender que el propio bienestar y/o felicidad dependen de uno mismo, no de segundos, ni terceros, o cuartos. Otra, que el objetivo de estar en pareja es el bienestar afectivo de los dos, no solo de la otra persona, y tercero y último, que el amor no tiene nada que ver con el sufrimiento y el dolor. Pero nada, de nada», resalta con énfasis esta especialista en parejas del centro de Psicología Álava Reyes.
Regla número 1. El propio bienestar y/o felicidad dependen de uno mismo.
Esta regla permite romper con la lacra de la dependencia emocional, según la cual, explica Cahue, solo se puede ser feliz en función de que alguien nos ame. «Uno de los "tufillos" que todavía colean del amor romántico es la idea, muy arraigada, de que uno no puede vivir sin el otro. Películas, novelas, canciones, etcétera, nos inoculan a diario esta actitud inmadura condimentada con unas gotas de masoquismo. Hoy en día todavía muchas personas lo denominan amor verdadero, cuando en realidad se trata de una conducta que se encuentra a punto de superar el límite de lo patológico o que incluso ya lo ha rebasado».
Las pautas esenciales que esta psicóloga nos ofrece para sintetizar esta regla son las siguientes:
—No dejar en manos de otra persona la decisión de lo que a uno le hace feliz.
—No cargar con la responsabilidad de tener que decidir sobre la felicidad de otro.
—Yo estoy bien. Tú estás bien. Estamos bien… y juntos.
Regla número 2. El objetivo de estar en pareja es el bienestar afectivo de ambos.
«¿Demasiado evidente verdad?», pregunta Cahue. «Podría serlo, pero hay que profundizar en ello porque otra de las señales que nos encontramos los psicólogos es que la mayoría de la gente que inicia una relación en pareja tiene el objetivo prioritario, probablemente inconsciente, deirse a vivir juntos». «A veces parece la consecuencia de una improvisación sobre la base de "primero nos vamos a vivir juntos y luego… ya veremos", que de un proyecto analizado, planificado, y consensuado entre los dos», explica. «La gente debe saber que vivir juntos no es indicativo de estabilidad emocional ni de calidad en la relación. La convivencia no necesita de urgencia, sino de intimidad psicológica y compatibilidad».
Por todo esto, antes de irnos a vivir con una pareja conviene, según esta especialista, hacer lo siguiente:
—Darse tiempo para conocerse más a fondo.
—Saber si somos compatibles en la convivencia.
—Saber qué lugar ocupan las familias de origen, los ex, los amigos, las aficiones o el trabajo en su nueva vida.
—Trazar proyectos comunes o metas consensuadas.
Cahue añade en esta segunda regla un segundo objetivo que encuentra entre las parejas que acuden a su consulta. Y es el de querer tener hijos. «¿Cuántos niños son el producto de un intento de recomponer una relación deteriorada o finiquitada entre los padres? ¿Nos tomamos el tiempo necesario para arreglar una relación afectiva antes de vernos involucrados en compartir la responsabilidad de traer a alguien a este mundo, y educarlo para que sea feliz? ¿O más bien pensamos, "como estamos juntos, ya toca tener hijos en algún momento"?», se pregunta en alto. A su juicio nos conviene más bien reflexionar sobre si la calidad afectiva no existe mediante la realización en voz alta de las siguientes cuestiones: «¿Qué contexto estamos preparando para todos los hijos? ¿el de la inevitable separación?, ¿el de la gélida convivencia?».
Estas serían las pautas esenciales para sintetizar esta regla:
—Para que exista una intimidad afectiva de calidad debe haber un espacio de bienestar en el que cada uno se encargue de su propia felicidad.
—Ambos miembros de la pareja han de saber pronunciarse experiencias felices mutuamente.
—En este contexto, los objetivos que se propongan podrán desarrollarse con las ventajas del terreno fértil en el que cualquier cosa que se plante crecerá fuerte.
Regla número 3: El amor no tiene nada que ver con el sufrimiento y el dolor.
«Esto lo tenemos que borrar de nuestro cerebro. No juguemos con fuego. No hay que confundir el dolor sano producido por la introducción de cambios saludables en nuestras vidas, con el dolor provocado por un daño inesperado, intencionado, y destructivo que es, precisamente, lo antagónico de lo que debe producir una relación amorosa», indica Cahue.
Estas son las pautas esenciales que ella aconseja para sintetizar esta regla:
—La aparición del dolor nos está indicando que es el momento de hacer cambios.
—Los cambios pueden ser de lugar, persona o pensamiento.
—No estar atentos a esta señal y continuar haciendo lo mismo de igual manera trae consigo el sufrimiento y la aparición de heridas profundas que, cuando sean atendidas, necesitarán con probabilidad una intervención profesional.
—La buena noticia es que tiene tratamiento y que se puede curar. Simplemente, hay que escucharlo.
Por: CARLOTA FOMINAYA – ABC.es
Con una buena base de pareja, lo que construyamos será sólido y si es necesario hacer modificaciones en el futuro, podremos realizarlas sin que tiemblen los cimientos de nuestra afectividad.
Pero para ello, tal y como explica la psicóloga Mila Cahue en su último libro, «Amor del bueno», es necesario tener muy claras tres pautas básicas para entender la efectividad. «Son muy obvias, pero demasiado a menudo nosotros nos encontramos en consulta con personas que las obvían. Una pasa por entender que el propio bienestar y/o felicidad dependen de uno mismo, no de segundos, ni terceros, o cuartos. Otra, que el objetivo de estar en pareja es el bienestar afectivo de los dos, no solo de la otra persona, y tercero y último, que el amor no tiene nada que ver con el sufrimiento y el dolor. Pero nada, de nada», resalta con énfasis esta especialista en parejas del centro de Psicología Álava Reyes.
Regla número 1. El propio bienestar y/o felicidad dependen de uno mismo.
Esta regla permite romper con la lacra de la dependencia emocional, según la cual, explica Cahue, solo se puede ser feliz en función de que alguien nos ame. «Uno de los "tufillos" que todavía colean del amor romántico es la idea, muy arraigada, de que uno no puede vivir sin el otro. Películas, novelas, canciones, etcétera, nos inoculan a diario esta actitud inmadura condimentada con unas gotas de masoquismo. Hoy en día todavía muchas personas lo denominan amor verdadero, cuando en realidad se trata de una conducta que se encuentra a punto de superar el límite de lo patológico o que incluso ya lo ha rebasado».
Las pautas esenciales que esta psicóloga nos ofrece para sintetizar esta regla son las siguientes:
—No dejar en manos de otra persona la decisión de lo que a uno le hace feliz.
—No cargar con la responsabilidad de tener que decidir sobre la felicidad de otro.
—Yo estoy bien. Tú estás bien. Estamos bien… y juntos.
Regla número 2. El objetivo de estar en pareja es el bienestar afectivo de ambos.
«¿Demasiado evidente verdad?», pregunta Cahue. «Podría serlo, pero hay que profundizar en ello porque otra de las señales que nos encontramos los psicólogos es que la mayoría de la gente que inicia una relación en pareja tiene el objetivo prioritario, probablemente inconsciente, deirse a vivir juntos». «A veces parece la consecuencia de una improvisación sobre la base de "primero nos vamos a vivir juntos y luego… ya veremos", que de un proyecto analizado, planificado, y consensuado entre los dos», explica. «La gente debe saber que vivir juntos no es indicativo de estabilidad emocional ni de calidad en la relación. La convivencia no necesita de urgencia, sino de intimidad psicológica y compatibilidad».
Por todo esto, antes de irnos a vivir con una pareja conviene, según esta especialista, hacer lo siguiente:
—Darse tiempo para conocerse más a fondo.
—Saber si somos compatibles en la convivencia.
—Saber qué lugar ocupan las familias de origen, los ex, los amigos, las aficiones o el trabajo en su nueva vida.
—Trazar proyectos comunes o metas consensuadas.
Cahue añade en esta segunda regla un segundo objetivo que encuentra entre las parejas que acuden a su consulta. Y es el de querer tener hijos. «¿Cuántos niños son el producto de un intento de recomponer una relación deteriorada o finiquitada entre los padres? ¿Nos tomamos el tiempo necesario para arreglar una relación afectiva antes de vernos involucrados en compartir la responsabilidad de traer a alguien a este mundo, y educarlo para que sea feliz? ¿O más bien pensamos, "como estamos juntos, ya toca tener hijos en algún momento"?», se pregunta en alto. A su juicio nos conviene más bien reflexionar sobre si la calidad afectiva no existe mediante la realización en voz alta de las siguientes cuestiones: «¿Qué contexto estamos preparando para todos los hijos? ¿el de la inevitable separación?, ¿el de la gélida convivencia?».
Estas serían las pautas esenciales para sintetizar esta regla:
—Para que exista una intimidad afectiva de calidad debe haber un espacio de bienestar en el que cada uno se encargue de su propia felicidad.
—Ambos miembros de la pareja han de saber pronunciarse experiencias felices mutuamente.
—En este contexto, los objetivos que se propongan podrán desarrollarse con las ventajas del terreno fértil en el que cualquier cosa que se plante crecerá fuerte.
Regla número 3: El amor no tiene nada que ver con el sufrimiento y el dolor.
«Esto lo tenemos que borrar de nuestro cerebro. No juguemos con fuego. No hay que confundir el dolor sano producido por la introducción de cambios saludables en nuestras vidas, con el dolor provocado por un daño inesperado, intencionado, y destructivo que es, precisamente, lo antagónico de lo que debe producir una relación amorosa», indica Cahue.
Estas son las pautas esenciales que ella aconseja para sintetizar esta regla:
—La aparición del dolor nos está indicando que es el momento de hacer cambios.
—Los cambios pueden ser de lugar, persona o pensamiento.
—No estar atentos a esta señal y continuar haciendo lo mismo de igual manera trae consigo el sufrimiento y la aparición de heridas profundas que, cuando sean atendidas, necesitarán con probabilidad una intervención profesional.
—La buena noticia es que tiene tratamiento y que se puede curar. Simplemente, hay que escucharlo.
Por: CARLOTA FOMINAYA – ABC.es
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