lunes, 24 de agosto de 2015

¿37 ºC es fiebre?

¿37 ºC es fiebre?

Claves para entender lo que le cuenta su termómetro… y actuar en consecuencia

ÁNGELES GÓMEZ LÓPEZ 20 AGO 2015 - 12:31 CEST



Tal vez haya experimentado una sensación febril durante esos días en los que el mercurio de la ciudad estallaba. Seguramente se ha puesto el termómetro para saber con precisión su temperatura corporal y el resultado ha sido 37 ºC, justo a medio grado de la normalidad (36,5º) y de lo anómalo (a partir de 37,5º). El dilema: ¿tengo fiebre o no tengo? Muchos dirán que no, pero otros defenderán que sí, con el argumento de que es una situación extraña para los sujetos de baja temperatura corporal. El dogma niega que sea fiebre, según el valor establecido a mediados del siglo XIX por el médico alemán Carl Reinhold August Wunderlich, a partir del estudio de los datos clínicos de 25.000 pacientes y el análisis de millones de registros. Entonces, ¿qué significa esa cifra? He aquí una guía completa para saber manejarse con los datos del termómetro.

La temperatura corporal normal es de 36 ºC. Esta cifra sirve igual para niños que para adultos, aunque no hay que exagerar, pues, dependiendo de algunas variables, “también son normales los valores entre 35º y 37,5º”, como asegura la pediatra Elena Blanco Iglesias, delHospital Sanitas La Moraleja. La variación de la temperatura normal dependerá de cada persona o del momento del día: “A las 6 de la mañana la temperatura está más baja; y, a las 18 horas, alcanza su valor más alto”, explica Raimundo de Andrés, jefe del servicio de Medicina Interna de la Fundación Jiménez Díaz, de Madrid. Dicha oscilación viene dada por los ritmos circadianos (el reloj biológico humano, que regula las funciones fisiológicas del organismo). Y, como añade el especialista, por otros factores, como las condiciones climáticas (a más calor, más décimas) o incluso el momento de ovulación de las mujeres, cuya temperatura corporal sube justo después.

Fiebre es 38 ºC (para todos). De 37º a 37,5º aparecen las temidas décimas (febrícula), que nos están alertando de que puede haber algo en el organismo que no funciona bien. Pero ni mucho menos es un calor inequívoco. Los médicos hablan abiertamente de "fiebre" a los 38 ºC. “Y a partir de los 40 ºC, de fiebre alta”, precisa Blanco.

Estos valores son idénticos para todas las personas. ¿Incluidos los niños? “Sí, con independencia de que su temperatura basal [la más baja del cuerpo en reposo] sea de 35,5º o 36º”, subraya Roi Piñeiro, jefe asociado del servicio de Pediatría del Hospital General de Villalba. “No existen niños de fiebres bajas. Lo que sí existe es la fiebrefobia, es decir, un excesivo miedo y preocupación por parte de los padres antes un mecanismo de defensa normal de nuestro organismo”, insiste este pediatra.

Pero también muchos adultos apelan a su baja temperatura basal para creer que en ellos 37º es fiebre. El internista De Andrés precisa: “Todos los médicos nos encontramos con estos casos y, desde un punto de vista conceptual, efectivamente, no es fiebre, pero sí que nos da una idea de cómo se siente el paciente y debemos tenerlo en cuenta”.

El potencial de los antitérmicos para bajar la fiebre es muy limitado. Lo que sí debemos esperar es que mejoren los síntomas asociados" (Roi Piñeiro, pediatra)

La temperatura varía según dónde se mida. Si el termómetro se coloca en la boca o en el recto hay que tener en cuenta que será entre 0,3 y 0,6 grados más alta que tomada en el oído, frente o axila, debido a que “las primeras son cavidades con una elevada irrigación de sangre, que es la que transporta el calor”, indica Sofía Sbert, farmacéutica deLaboratorios Hartmann. “Además, conviene valorar que las diferentes temperaturas dependen mucho de que se coloque correctamente el termómetro y de las condiciones externas. Por eso, con el fin de obtener resultados precisos se recomienda medir la temperatura siempre en el mismo lugar (oído, frente, axila, recto o boca), ya que de otro modo pueden variar los valores".

Y aquí vienen los matices: los 38 ºC consensuados de fiebre pertenecen a la temperatura rectal. Como precisa Piñeiro, 37,5 ºC en la axila sí se considera fiebre. "Por eso conviene detallar al médico el método de medida", añade. ¿Y en los bebés? La pediatra Blanco aconseja que, en los menores de tres meses, se mida la temperatura rectal.

En todo caso, independientemente del lugar que se elija, la farmacéutica Sbert nos deja estos consejos para obtener una lectura lo más precisa posible: “No se debe tomar la temperatura después del baño o de haber realizado una actividad física, que es cuando probablemente la temperatura esté más elevada; se debe esperar por lo menos 20 minutos. Y no hay que fiarse de la percepción que tenga al tocar la frente: la fiebre hay que medirla”.

Hay una gran variedad de termómetros. Desde que Wunderlich impuso el termómetro para medir la temperatura corporal, este instrumento ha ido evolucionando. Los antiguos de mercurio eran muy útiles, pero la UE prohibió su fabricación en julio de 2007. Actualmente, estos instrumentos son parte de la historia de la medicina, y la OMS ha emitido una serie de recomendaciones sobre cómo sustituirlos.

Sbert destaca la variedad de termómetros disponibles en el mercado: “Es importante saber escoger en función de la edad, colaboración y personalidad de quien se va a medir la temperatura, pero lo fundamental es saber utilizar estos termómetros para escoger el idóneo y obtener una lectura fiable”. Partiendo de esta premisa, aconseja: “Para adultos son preferibles los termómetros digitales, que pueden optar por colocarlos en la axila, recto o boca. Se supone que la colaboración de los adultos es máxima y están quietos durante la toma de la medición. Y para niños los termómetros de infrarrojos, en el oído (si los niños tienen más de seis meses) y en la frente (a cualquier edad)”.

Sin embargo, el pediatra del Hospital de Villalba considera que los termómetros óticos basados en infrarrojos no son los más adecuados. “Si el niño genera abundante cerumen, o presenta un conducto auditivo tortuoso, los resultados difícilmente serán fiables. Y tampoco serán reproducibles, es decir, en poco tiempo la temperatura será demasiado variable”.

En cuanto a los requisitos de calidad que debe reunir un termómetro, la farmacéutica enumera: “Tienen que ser termómetros seguros, que no se rompan (esta es la gran diferencia respecto los de mercurio o vidrio); el tiempo de respuesta (que la temperatura se obtenga en segundos); precisión elevada; capaz de determinar un amplio rango de temperatura; que tenga el certificado de producto sanitario; y en el caso de los infrarrojos, que estén validados clínicamente como garantía de calidad y seguridad”.

La fiebre no es el problema. Los médicos aclaran que, por lo general, la fiebre no es un signo único y, generalmente, viene acompañada de otros síntomas. “Lo normal es que sea por un proceso infeccioso banal, una situación pasajera”, tranquiliza el internista. El pediatra Piñeiro añade que lo que hay que tratar son “los síntomas que acompañan a la fiebre, como escalofríos o malestar”. El internista De Andrés coincide: “No hay ningún estudio que demuestre que no bajar la fiebre perjudique la resolución del proceso infeccioso. Tenemos que tratar el malestar del enfermo”. Sin embargo, personas con problemas cardíacos y pulmonares, han de tener cuidado, pues este aumento de temperatura sí puede favorecer el desprendimiento de las placas de grasa (ateroma) de las paredes de las arterias y causar trombosis e infartos, según una investigación de la Universidad Politécnica de Madrid y el Hospital Puerta de Hierro.

Los antitérmicos no son la panacea. El ibuprofeno o el paracetamol “tienen potencial para disminuir la temperatura entre 1º y 1,5°, y el objetivo no es alcanzar la temperatura corporal normal, sino que los síntomas asociados a la fiebre desaparezcan”, aclara el pediatra. La recurrida expresión la fiebre no le baja (igual en niños que en adultos) revela “algo lógico y esperable, si la temperatura previa era de 39,5°. No podemos pretender que tras la toma de un antitérmico la temperatura sea inferior a 38°. En cambio, lo que sí debemos esperar es que hayan mejorado los síntomas asociados a la fiebre”, añade.

A partir de 40 ºC, vaya al médico. El internista Raimundo de Andrés aconseja a los adultos consultar con el médico con una fiebre superior a los 40 ºC. "O a partir de 39 ºC si dura más de tres días seguidos", dice. Y continúa: "Si es intermitente, pero dura más de una semana; aparece en personas que están tomando corticoides, se acompaña de una erupción en la piel o surge tras un viaje tras un país en desarrollo, también conviene acudir al médico”.

Y en los niños, la pediatra Elena Blanco indica que se tiene que consultar con el doctor “cuando la fiebre dura más de 48-72 horas; al inicio de la fiebre en menores de tres meses de edad; en fiebre mayor de 39º si el niño tiene entre tres y seis meses; o, en cualquier caso, si hay mal aspecto, dificultad al respirar o erupción cutánea". Hay dos web muy útiles y prácticas en este sentido: la de la Asociación Española de Pediatría de Atención Primaria con su decálogo de la fiebre, y la recomendable En Familia, de la Asociación Española de Pediatría.

Existe una molécula de la fiebre. El termostato que regula la temperatura de nuestro cuerpo se encuentra en el hipotálamo, pero hay una serie de moléculas que lo estimulan. De hecho, la fiebre surge por la activación de ciertas moléculas que también aparecen cuando hay procesos inflamatorios. Incluso existe una molécula de la fiebre (la interleucina 1, IL-1) que podría ser el punto de partida de nuevos medicamentos antiinflamatorios, según un artículo publicado enNature.

Cuando los padres desean más el triunfo en un deporte que los hijos.

Cuando los padres desean más el triunfo en un deporte que los hijos.




A propósito del comentario que le escuche a un amigo al referirse al padre de un atleta que más que brindar apoyo lo que hace es presionar sin necesidad, quise compartir estas líneas. Ni soy entrenador ni quiero serlo, pero bastante tiempo tengo de vida y viendo en múltiples disciplinas deportivas que he practicado y aun practico como algunos padres en lugar de brindar apoyo, se convierten en una especie de dictador, presionando a sus hijos a alcanzar logros que no desean o que muchas veces ni pueden alcanzar.

En todos los deportes, siempre ha habido uno que otro caso de relaciones padre e hijo, entrenador y atleta que han dado resultado y que han llegado a destacarse y formar parte de la elite en alguna disciplina deportiva, pero por otro lado, la mayoría han terminado en problemas familiares y hasta legales.

Cosas que muchos niños dicen o dejan de decir

En ocasiones, los niños se expresan y en otras se las callan, pero comentarios como “ojala y mi padre se quedara en casa” o “me siento triste cuando mi padre me regaña después del partido. Me dice que no he jugado con intensidad, que así no seré nunca un jugador de elite, que fallo porque me falta concentración. Y mi madre le apoya. Dice que juego como si no me importara ganar. También me echan en cara que se gasten dinero en mí y que me dedican muchas horas llevándome y recogiéndome del entrenamiento. A mí me gusta jugar, me gusta aprender cosas nuevas, estar con amigos, ganar, pero tampoco me importa mucho perder, porque así es todo en la vida, para aprender a ganar hay que saber perder. Pero últimamente ya no disfruto, vengo a jugar los fines de semana nervioso, pensando que si no le gusto a mi padre, lo oiré gritar desde fuera de la cancha, me dirá que me mueva, que espabile, y a veces me siento tan nervioso que no sé ni por dónde va la pelota. Si vale la pena seguir viniendo cuando ya no disfruto. Pero si decido no jugar más, también les voy a decepcionar”.

Son muchos los padres y madres que acompañan a sus hijos a los partidos, competiciones y entrenamientos. Se sientan en la grada, observan, les dan directrices y se involucran en el deporte de sus hijos como si ellos fueran los que dirigen. Existen diferentes especímenes de padres y madres.

- Los que asumen papeles positivos. Son aquellos en los que el interés del padre está en que su hijo disfrute de lo que hace.

- Los padres iracundos y conflictivos. Habla cuando estés enfadado y harás el mejor discurso que tengas que lamentar, además de frustrar al hijo, es conflictivo también con los demás padres.

- El padre taxista. Acompaña a su hijo, le deja en el entrenamiento, le recoge. Suele ser un padre al que los deportes le gustan bastante poco, pero le interesa que su hijo sea feliz.

- El padre positivo. Anima, refuerza, se preocupa por cómo han ido los partidos. Le transmite entusiasmo sin presión. Felicita al hijo por el mero hecho de jugar y entrenar.

- El padre involucrado. Le gusta participar en las decisiones y propuestas de la escuela o su entrenador. Se interesa por la formación de los niños o porque el centro obtenga ingresos. Este tipo de padres son activos en la divulgación de valores en la escuela y participan con cualquier acción que pueda mejorarlo.

- Existen otros papeles, los negativos. Son aquellos en los que el comportamiento del padre influye negativamente en su hijo, generándole presión, exigiendo resultados y poniendo unas expectativas por encima de lo que el entrenador o escuela esperan del niño.


“Lo más importante del deporte no es ganar, sino participar, porque lo esencial en la vida no es el éxito, sino esforzarse por conseguirlo”
Barón Pierre de Coubertin

- El padre pesado. Se pasa todo el día hablando de lo bien que juega, nada o corre su hijo y de que apunta maneras. No presiona directamente al niño, pero sin querer le traslada que su valor como niño está en el juego.

- El padre entrenador. Grita directrices desde fuera de la cancha, corrige a su hijo cuando se monta en el carro, incluso contradiciendo las indicaciones del entrenador. Genera confusión en el niño, que por un lado tiene una idea de juego que el profesional trata de inculcarle, y por otro, la versión de su padre o madre. En deportes como el tenis, este padre está en la grada comentando cada bola que falla. No es de recibo crear presión en el niño con distintos mensajes. ¿A quién cree que debería obedecer su hijo?

- El padre que se cree Roger Federer. Trata de motivar, transmitir garra, le pide al hijo que se entregue, que se esfuerce, que se deje la piel en la cancha, que trabaje, que compita como si se le fuera la vida en ello. Pero olvida algo muy importante: ni su hijo es un jugador ATP que tenga que ganarse la vida jugando ni él es Tony Roche o Edberg. Solo consigue que su hijo pierda de vista los valores que le transmite el entrenador o la escuela, donde normalmente prevalece la generosidad por encima de la individualidad, disfrutar y aprender por encima de los resultados, y el juego limpio por encima de competir a cualquier precio.

- El padre que resta en todos los sentidos. Da gritos desde fuera de la cancha, desacredita al entrenador, le dice a su hijo que no entiende por qué él no juega cuando sus compañeros son peores que él, se comporta de forma grosera con el rival, insulta al árbitro y otras impertinencias más. Es el padre del que cualquier hijo se sentiría avergonzado.

Los motivos por los que los padres pierden los papeles son diversos. Muchos esperan que sus hijos les saquen de pobres convirtiéndose en Federers, Djocovics o Nadales. Otros desean que su hijo gane todo porque sus victorias son sus propios éxitos, es la manera de sentirse orgullosos del niño y presumir de él delante de sus amigos y en el trabajo. Otros proyectan la vida que ellos no pudieron tener. Otros no tienen ningún autocontrol. No lo tienen en el partido de sus hijos, ni cuando conducen, ni cuando se dirigen a las personas. Y por últimos están los que cruzan los límites sencillamente porque no tiene consecuencias. Saben que está mal, pero su mala educación o ausencia de valores les hace comportarse como personas poco cívicas y desconsideradas.

El valor está en hacer deporte, porque es una conducta saludable, pero sobre todo en ser capaces de divertirse y relacionarse con los amigos. Lo demás no importa. Si no le presiona para que se supere con la consola de videojuegos, ¿por qué lo hace cuando va a los partidos? En el momento en el que la palabra jugar pierde valor, “jugar al baloncesto”, “jugar al fútbol”, “jugar al tenis”, su hijo dejará de disfrutar y no querrá seguir yendo.

Si es padre o madre, recuerde, por favor, que es un modelo de conducta para su hijo y para sus compañeros de equipo. A los hijos les gusta sentirse orgullosos de sus padres y, en cambio, lo pasan terriblemente mal cuando se les avergüenza. Ser modelo de conducta conlleva mucha responsabilidad, porque sus hijos copian lo que ven en usted. Y su forma de comportarse debe ser la ejemplar para que facilite el aprendizaje de una serie de valores que acompañan al deporte.

Si como padre o madre desea sumar, tenga en cuenta el siguiente decálogo:

1. Recuerde el motivo por el que su hijo hace deporte. El principal es porque le gusta. Existen otros, como practicar una conducta sana, estar con amigos o socializarse. El objetivo no es ganar.

2. Comparta los mismos valores que la escuela. Busque un centro deportivo afín a su filosofía de vida.

3. No dé órdenes. Solo apóyele, gane o pierda, juegue bien o cometa errores.

“Disfruta del viaje, y deja de preocuparte por la victoria y la derrota”
Marr Biondi

4. No le obligue a entrenar más, ni a hacer ejercicios al margen de sus entrenamientos. Su hijo no es una estrella, es un niño. Aunque tenga talento, puede que no quiera elegir el deporte como profesión y solo lo practique por diversión.

5. No presione, ni dé directrices, ni grite, ni increpe, ni maldiga; no haga gestos que demuestren a su hijo que se siente decepcionado por su juego.

6. Respete a todas las figuras que participan en la comunidad deportiva: entrenador, árbitros, otros técnicos, jardineros…

7. Controle sus emociones. No se puede verbalizar todo lo que pasa por la mente. Las personas educadas no muestran incontinencia verbal.

8. Nunca hable mal de sus compañeros. Los otros niños forman parte del equipo. El objetivo grupal siempre está por encima del individual. Y hablar mal de sus colegas es hablar mal de la gente con la que comparte valores, emociones y un proyecto común.

9. Modifique su manera de animar. No se trata de corregir al niño, sino de reforzarlo.

10. No inculque expectativas falsas a su niño, como decirle que es un campeón, que es el mejor y que si se esfuerza podrá llegar donde quiera.

La felicidad de los niños está por encima de todo. Siéntase siempre satisfecho con lo que haga, gane, pierda o cometa errores. Felicítele por participar más que por competir. Y recuerde que su hijo hace deporte para divertirse él, no para que lo haga usted.

El problema de ganar a toda costa

Al parecer, la raíz del problema reside en el deseo de algunos progenitores de ver a sus hijos superar a los demás y ganar a toda costa. Una representante del Institute for the Prevention of Child Abuse (Instituto para la prevención del abuso de menores), de Canadá, señaló: “Cuando todo se reduce a ganar y a ser el mejor, se crea un ambiente que afecta a las personas vulnerables, que en estos deportes son los niños”. Según un funcionario de la Physical and Health Education Association (Asociación de educación física y médica), de Ontario (Canadá), los niños que se ven sometidos a tales presiones “pueden presentar trastornos psicológicos a tierna edad. Y cuando se hacen mayores, tal vez les resulte difícil afrontar los fracasos”.

No es de extrañar que la furia de los padres y los entrenadores enfervorizados suela contagiarse a los jóvenes deportistas. En un encuentro de voleibol femenino, las jugadoras atacaron siete veces a los árbitros. Una muchacha que había sido expulsada en un partido de tenis se vengó destrozando el automóvil de uno de los jueces. Cuando a un joven luchador que cursaba secundaria le señalaron una falta, le dio al árbitro un cabezazo en la frente que lo dejó inconsciente. “El deporte juvenil era el único reducto de auténtica deportividad se lamenta Darrell Burnett, psicólogo clínico y deportivo especializado en menores. Pero eso ya ha pasado a la historia. Ahora ha dejado de ser un juego.”

El deporte debería ser una diversión, y no una fuente de conflictos y algo muy importante que deben de tener siempre en mente, “NO EXIJAS LO QUE NO ERES CAPAZ DE DAR”. Lo mejor que puede hacer un padre por su hijo atleta es verlo disfrutar del juego y brindarle una sonrisa cada vez que este los mire.

domingo, 23 de agosto de 2015

Aloe vera, la planta milagro

Aloe vera, la planta milagro



De todos son conocidas las propiedades que se le atribuyen a la planta del aloe vera o sábila, para la piel como regeneradora y para aliviar quemaduras, heridas, roces..etc. Pero menos conocidas son las ventajas que tiene su consumo interno en forma de batidos o licuados. Os dejamos los beneficios más importantes que se derivan de su consumo.

1.Rica en vitaminas y minerales. Esta planta contiene las vitaminas y minerales que el organismo requiere para funcionar correctamente, como las vitaminas del tipo A,C,E,B1, B2, B3, B6, B12 y acido fólico; además, entre sus minerales se pueden disfrutar del calcio, zinc, cromo, selenio, hierro, cobre, magnesio, entre otros.

2.Alto nivel de aminoácidos y ácidos grasos. Los aminoácidos son la base principal para que las proteínas se queden en nuestro organismo. En el Aloe Vera existen alrededor de 22 aminoácidos, de los cuales los infaltables para el organismo son 8 de ellos. En cuanto a ácidos grasos, el aloe vera cuenta con 3 esteroles vegetales, los cuales ayudan a disminuir las grasas en la sangre, reducir cualquier tipo de alergia y a aliviar la indigestión.


3.Mantiene un sistema inmune fortalezido. Gracias a los adaptógenos que ayudan al cuerpo a sobreponerse antes los cambios que producen los virus y enfermedades, el aloe vera ayuda a combatir cualquier bacteria o virus. Estos actúan elevando las defensas, haciendo frente a aquellas situaciones que generan estrés.

4. Mejora la digestión. Es perfecto para limpiar el tracto digestivo, ayuda a las personas que padecen de estreñimiento y a las personas que tienen diarrea, ya que tiene propiedades reguladoras y calmantes. En pocas palabras, mantiene los intestinos saludables y nos ayuda a tener siempre una flora intestinal normal y libre de bacterias.

5. Desintoxica. Está compuesto por un gel beneficioso para colón que ayuda a deshechar aquellas sustancias dañinas a través del tracto intestinal, manteniendo una buena salud de éste y, a la vez, un organismo limpio de toxinas.


6.Mantiene una buena salud cardiovascular.Trabaja directamente sobre la sangre oxigenándola, ayudándola a difundir los glóbulos rojos . El Aloe Vera contiene nutrientes que ayudan a disminuir el colesterol malo y que regulan la presión arterial, mejorando notablemente la circulación.

Para beneficiarte de sus propiedades puedes beber el zumo de sus hojas en jarabes ya preparados, en cápsulas y en polvo, pero nosotras te recomendamos que tengas en casa tu propia plata de aloe vera y prepares tus jugos naturales, licuados con agua, zumo de naranja o alguna otra fruta.
A continuación os dejamos un video explicativo muy completo sobre como la podeis preparar en casa para comerla de forma adecuada y también para poder usarla como gel o crema.

En la página: Tu Aloe Vera encontrarás más información sobre esta maravillosa planta.

Aloe vera para comer y usar en el cuerpo

Francisco Julian, Experto en Aloe Vera y plantas medicinales.