Estudio afirma que nuestro cerebro percibe las distancias según el interés que tengamos sobre un objeto.
Ya anteriormente he tocado el tema sobre como nuestro cerebro percibe las distancias. Cuantas veces los que observan o horizonte, se preguntan a que distancia está, maravillados con la inmensidad, pues bien al parecer son varios los factores que toma en consideración, pero estas apreciaciones se basan muchas veces en parámetros subjetivos.
El cerebro humano cuenta con las llamadas células en red (grid, en inglés), encargadas de calcular y registrar tanto las dimensiones como las distancias, y con las células de límite, que detectan los bordes de las diferentes zonas. Así, cada vez que nuestro cuerpo se mueve, las células en red crean una cartografía interna del entorno que nos rodea que “se parece mucho a las líneas de latitud y longitud que usamos en un mapa de papel, con la salvedad de que en lugar de utilizar cuadrículas nuestro órgano pensante organiza el espacio en triángulos”.
No obstante, el sistema dista bastante de ser perfecto, sobre todo porque la subjetividad puede hacer que nos equivoquemos. Así, aquellos sitios en los que nos apetecería estar y los objetos que deseamos los percibimos como más próximos que los que nos resultan indiferentes o nos disgustan, según demostró hace poco Adam L. Alter, de la Universidad de Nueva York, en un estudio que publicaba la revista Journal of Experimental Social Psychology. Otra investigación señala que, cuando nos mencionan de una ciudad que desconocemos, pensamos que está más lejos si su nombre es difícil de pronunciar. Por ejemplo, si alguien nos propone visitar Weewahitchka consideraremos que es un destino mucho más distante que si nos proponen conocer Florida. Y lo cierto es que no.
No obstante, el sistema dista bastante de ser perfecto, sobre todo porque la subjetividad puede hacer que nos equivoquemos. Así, aquellos sitios en los que nos apetecería estar y los objetos que deseamos los percibimos como más próximos que los que nos resultan indiferentes o nos disgustan, según demostró hace poco Adam L. Alter, de la Universidad de Nueva York, en un estudio que publicaba la revista Journal of Experimental Social Psychology. Otra investigación señala que, cuando nos mencionan de una ciudad que desconocemos, pensamos que está más lejos si su nombre es difícil de pronunciar. Por ejemplo, si alguien nos propone visitar Weewahitchka consideraremos que es un destino mucho más distante que si nos proponen conocer Florida. Y lo cierto es que no.
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