lunes, 24 de agosto de 2015

Cuando los padres desean más el triunfo en un deporte que los hijos.

Cuando los padres desean más el triunfo en un deporte que los hijos.




A propósito del comentario que le escuche a un amigo al referirse al padre de un atleta que más que brindar apoyo lo que hace es presionar sin necesidad, quise compartir estas líneas. Ni soy entrenador ni quiero serlo, pero bastante tiempo tengo de vida y viendo en múltiples disciplinas deportivas que he practicado y aun practico como algunos padres en lugar de brindar apoyo, se convierten en una especie de dictador, presionando a sus hijos a alcanzar logros que no desean o que muchas veces ni pueden alcanzar.

En todos los deportes, siempre ha habido uno que otro caso de relaciones padre e hijo, entrenador y atleta que han dado resultado y que han llegado a destacarse y formar parte de la elite en alguna disciplina deportiva, pero por otro lado, la mayoría han terminado en problemas familiares y hasta legales.

Cosas que muchos niños dicen o dejan de decir

En ocasiones, los niños se expresan y en otras se las callan, pero comentarios como “ojala y mi padre se quedara en casa” o “me siento triste cuando mi padre me regaña después del partido. Me dice que no he jugado con intensidad, que así no seré nunca un jugador de elite, que fallo porque me falta concentración. Y mi madre le apoya. Dice que juego como si no me importara ganar. También me echan en cara que se gasten dinero en mí y que me dedican muchas horas llevándome y recogiéndome del entrenamiento. A mí me gusta jugar, me gusta aprender cosas nuevas, estar con amigos, ganar, pero tampoco me importa mucho perder, porque así es todo en la vida, para aprender a ganar hay que saber perder. Pero últimamente ya no disfruto, vengo a jugar los fines de semana nervioso, pensando que si no le gusto a mi padre, lo oiré gritar desde fuera de la cancha, me dirá que me mueva, que espabile, y a veces me siento tan nervioso que no sé ni por dónde va la pelota. Si vale la pena seguir viniendo cuando ya no disfruto. Pero si decido no jugar más, también les voy a decepcionar”.

Son muchos los padres y madres que acompañan a sus hijos a los partidos, competiciones y entrenamientos. Se sientan en la grada, observan, les dan directrices y se involucran en el deporte de sus hijos como si ellos fueran los que dirigen. Existen diferentes especímenes de padres y madres.

- Los que asumen papeles positivos. Son aquellos en los que el interés del padre está en que su hijo disfrute de lo que hace.

- Los padres iracundos y conflictivos. Habla cuando estés enfadado y harás el mejor discurso que tengas que lamentar, además de frustrar al hijo, es conflictivo también con los demás padres.

- El padre taxista. Acompaña a su hijo, le deja en el entrenamiento, le recoge. Suele ser un padre al que los deportes le gustan bastante poco, pero le interesa que su hijo sea feliz.

- El padre positivo. Anima, refuerza, se preocupa por cómo han ido los partidos. Le transmite entusiasmo sin presión. Felicita al hijo por el mero hecho de jugar y entrenar.

- El padre involucrado. Le gusta participar en las decisiones y propuestas de la escuela o su entrenador. Se interesa por la formación de los niños o porque el centro obtenga ingresos. Este tipo de padres son activos en la divulgación de valores en la escuela y participan con cualquier acción que pueda mejorarlo.

- Existen otros papeles, los negativos. Son aquellos en los que el comportamiento del padre influye negativamente en su hijo, generándole presión, exigiendo resultados y poniendo unas expectativas por encima de lo que el entrenador o escuela esperan del niño.


“Lo más importante del deporte no es ganar, sino participar, porque lo esencial en la vida no es el éxito, sino esforzarse por conseguirlo”
Barón Pierre de Coubertin

- El padre pesado. Se pasa todo el día hablando de lo bien que juega, nada o corre su hijo y de que apunta maneras. No presiona directamente al niño, pero sin querer le traslada que su valor como niño está en el juego.

- El padre entrenador. Grita directrices desde fuera de la cancha, corrige a su hijo cuando se monta en el carro, incluso contradiciendo las indicaciones del entrenador. Genera confusión en el niño, que por un lado tiene una idea de juego que el profesional trata de inculcarle, y por otro, la versión de su padre o madre. En deportes como el tenis, este padre está en la grada comentando cada bola que falla. No es de recibo crear presión en el niño con distintos mensajes. ¿A quién cree que debería obedecer su hijo?

- El padre que se cree Roger Federer. Trata de motivar, transmitir garra, le pide al hijo que se entregue, que se esfuerce, que se deje la piel en la cancha, que trabaje, que compita como si se le fuera la vida en ello. Pero olvida algo muy importante: ni su hijo es un jugador ATP que tenga que ganarse la vida jugando ni él es Tony Roche o Edberg. Solo consigue que su hijo pierda de vista los valores que le transmite el entrenador o la escuela, donde normalmente prevalece la generosidad por encima de la individualidad, disfrutar y aprender por encima de los resultados, y el juego limpio por encima de competir a cualquier precio.

- El padre que resta en todos los sentidos. Da gritos desde fuera de la cancha, desacredita al entrenador, le dice a su hijo que no entiende por qué él no juega cuando sus compañeros son peores que él, se comporta de forma grosera con el rival, insulta al árbitro y otras impertinencias más. Es el padre del que cualquier hijo se sentiría avergonzado.

Los motivos por los que los padres pierden los papeles son diversos. Muchos esperan que sus hijos les saquen de pobres convirtiéndose en Federers, Djocovics o Nadales. Otros desean que su hijo gane todo porque sus victorias son sus propios éxitos, es la manera de sentirse orgullosos del niño y presumir de él delante de sus amigos y en el trabajo. Otros proyectan la vida que ellos no pudieron tener. Otros no tienen ningún autocontrol. No lo tienen en el partido de sus hijos, ni cuando conducen, ni cuando se dirigen a las personas. Y por últimos están los que cruzan los límites sencillamente porque no tiene consecuencias. Saben que está mal, pero su mala educación o ausencia de valores les hace comportarse como personas poco cívicas y desconsideradas.

El valor está en hacer deporte, porque es una conducta saludable, pero sobre todo en ser capaces de divertirse y relacionarse con los amigos. Lo demás no importa. Si no le presiona para que se supere con la consola de videojuegos, ¿por qué lo hace cuando va a los partidos? En el momento en el que la palabra jugar pierde valor, “jugar al baloncesto”, “jugar al fútbol”, “jugar al tenis”, su hijo dejará de disfrutar y no querrá seguir yendo.

Si es padre o madre, recuerde, por favor, que es un modelo de conducta para su hijo y para sus compañeros de equipo. A los hijos les gusta sentirse orgullosos de sus padres y, en cambio, lo pasan terriblemente mal cuando se les avergüenza. Ser modelo de conducta conlleva mucha responsabilidad, porque sus hijos copian lo que ven en usted. Y su forma de comportarse debe ser la ejemplar para que facilite el aprendizaje de una serie de valores que acompañan al deporte.

Si como padre o madre desea sumar, tenga en cuenta el siguiente decálogo:

1. Recuerde el motivo por el que su hijo hace deporte. El principal es porque le gusta. Existen otros, como practicar una conducta sana, estar con amigos o socializarse. El objetivo no es ganar.

2. Comparta los mismos valores que la escuela. Busque un centro deportivo afín a su filosofía de vida.

3. No dé órdenes. Solo apóyele, gane o pierda, juegue bien o cometa errores.

“Disfruta del viaje, y deja de preocuparte por la victoria y la derrota”
Marr Biondi

4. No le obligue a entrenar más, ni a hacer ejercicios al margen de sus entrenamientos. Su hijo no es una estrella, es un niño. Aunque tenga talento, puede que no quiera elegir el deporte como profesión y solo lo practique por diversión.

5. No presione, ni dé directrices, ni grite, ni increpe, ni maldiga; no haga gestos que demuestren a su hijo que se siente decepcionado por su juego.

6. Respete a todas las figuras que participan en la comunidad deportiva: entrenador, árbitros, otros técnicos, jardineros…

7. Controle sus emociones. No se puede verbalizar todo lo que pasa por la mente. Las personas educadas no muestran incontinencia verbal.

8. Nunca hable mal de sus compañeros. Los otros niños forman parte del equipo. El objetivo grupal siempre está por encima del individual. Y hablar mal de sus colegas es hablar mal de la gente con la que comparte valores, emociones y un proyecto común.

9. Modifique su manera de animar. No se trata de corregir al niño, sino de reforzarlo.

10. No inculque expectativas falsas a su niño, como decirle que es un campeón, que es el mejor y que si se esfuerza podrá llegar donde quiera.

La felicidad de los niños está por encima de todo. Siéntase siempre satisfecho con lo que haga, gane, pierda o cometa errores. Felicítele por participar más que por competir. Y recuerde que su hijo hace deporte para divertirse él, no para que lo haga usted.

El problema de ganar a toda costa

Al parecer, la raíz del problema reside en el deseo de algunos progenitores de ver a sus hijos superar a los demás y ganar a toda costa. Una representante del Institute for the Prevention of Child Abuse (Instituto para la prevención del abuso de menores), de Canadá, señaló: “Cuando todo se reduce a ganar y a ser el mejor, se crea un ambiente que afecta a las personas vulnerables, que en estos deportes son los niños”. Según un funcionario de la Physical and Health Education Association (Asociación de educación física y médica), de Ontario (Canadá), los niños que se ven sometidos a tales presiones “pueden presentar trastornos psicológicos a tierna edad. Y cuando se hacen mayores, tal vez les resulte difícil afrontar los fracasos”.

No es de extrañar que la furia de los padres y los entrenadores enfervorizados suela contagiarse a los jóvenes deportistas. En un encuentro de voleibol femenino, las jugadoras atacaron siete veces a los árbitros. Una muchacha que había sido expulsada en un partido de tenis se vengó destrozando el automóvil de uno de los jueces. Cuando a un joven luchador que cursaba secundaria le señalaron una falta, le dio al árbitro un cabezazo en la frente que lo dejó inconsciente. “El deporte juvenil era el único reducto de auténtica deportividad se lamenta Darrell Burnett, psicólogo clínico y deportivo especializado en menores. Pero eso ya ha pasado a la historia. Ahora ha dejado de ser un juego.”

El deporte debería ser una diversión, y no una fuente de conflictos y algo muy importante que deben de tener siempre en mente, “NO EXIJAS LO QUE NO ERES CAPAZ DE DAR”. Lo mejor que puede hacer un padre por su hijo atleta es verlo disfrutar del juego y brindarle una sonrisa cada vez que este los mire.

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